El progresivo avance de China para relanzar su Ruta de la Seda, posicionándose como la superpotencia tecnológica
En una década, China ha invertido casi un billón de dólares en 152 países, focalizados en miles de estructuras como el Corredor Económico China-Pakistán y el tren de alta velocidad Yakarta-Bandung. Ahora, según Xi, el objetivo serán proyectos “pequeños y hermosos” que desarrollen tecnologías como la inteligencia artificial o las energías renovables. Este viraje responde a dos necesidades: corregir fallos que han estancado proyectos y generado deudas insostenibles, y alinear la Nueva Ruta de la Seda con la transformación económica china.
Como siguiente paso, el Gobierno chino quiere cambiar la Nueva Ruta de la Seda pasando de grandes infraestructuras a proyectos pequeños, sostenibles y de alta tecnología. Busca superar la corrupción y la mala gestión previa, y competir con Estados Unidos. El éxito dependerá de que transforme su propio modelo económico.
La reciente conmemoración del X aniversario de la iniciativa de La Franja y la Ruta, también conocida como la Ruta de la Seda, permite desempolvar el proverbio chino que con ancestral sabiduría señala “cuanto más larga es la cuerda, más alto volará la cometa”.
Este proyecto geoestratégico y de poder blando para la proyección internacional de China ha extendido progresivamente su alcance y número de miembros en función de un objetivo: consolidar al dragón asiático como una potencia mundial. Su cometa -roja y con cinco estrellas color dorado- tiene cada día la cuerda más larga, vuela alto, pero no está exenta de los vientos huracanados del mundo de hoy.
La esta iniciativa se remonta a la propuesta del presidente Xi Jinping, en septiembre de 2003 en Kazajistán, de una construcción conjunta de un cinturón económico a lo largo de la Ruta de la Seda, para el desarrollo de un mega programa de infraestructuras que conecte a China con el mundo.
Con el tiempo, ha logrado exitosamente la participación de más de 150 países y 32 organizaciones internacionales, 200 acuerdos de cooperación e inversiones por un billón de dólares. Se trata, en palabras de las autoridades chinas, de un “bien público de alta calidad, construido por las partes involucradas y compartido por el mundo”. Este responde a la necesidad no sólo de llenar un vacío en el financiamiento de infraestructuras a nivel global, sino también al interés en abrir nuevos mercados y trasmitir una nueva imagen internacional.
Este plan fue mutando y amplió su espectro de acción a partir de la construcción de obras terrestres y marítimas -en sus primeras etapas-, para luego incluir otros sectores y proyectos. Estos contemplan las áreas de energía, agricultura, medio ambiente, sanidad, digital, tecnología espacial y cultura, las cuales permiten influir diplomática, militar y políticamente. Adicionalmente, se crearon mecanismos de préstamos a través del Banco Asiático de Inversión en Infraestructura y el Fondo de la Ruta de la Seda.
Los beneficiarios son múltiples, pero se concentran principalmente en las zonas de mayor influencia en los países de Asia Central y Sudeste Asiático, así como en puntos neurálgicos en África y América Latina por sus recursos naturales, minerales y energéticos.
EE. UU. y China se dirigen hacia dos ecosistemas tecnológicos diferentes y sus caminos se bifurcan. Sus intereses están contrapuestos, especialmente en “tecnologías profundas” tales como los semiconductores que son considerados por los expertos como “la variable esencial”. Son el alma del nuevo mundo digital. Ello revela por qué Washington prohibió la exportación de chips y controla la transferencia de tecnología de doble uso y uso militar. Es un juego de poder basado en la contención, la exclusión y la creación de bloques afines a sus propias tecnologías, en los cuales resulta muy difícil salir una vez se ha matriculado un país en un bando. Y en esta ecuación, Taiwán y Corea del Sur juegan un rol central: producen la módica suma del 80 % de los chips a nivel global.
Hacia futuro ambas potencias -Washington y Pekín- tienen la obligación y desafío de encaminar sus relaciones, mantener un diálogo fluido a pesar de las diferencias y la competencia, y buscar la cooperación y soluciones en el marco de un multilateralismo renovado. Henry Kissinger así lo advirtió este año: “si los dos países no encuentran un nuevo espacio de comprensión estratégica, seguirán en rumbo de colisión. Cuanto más profundo es el congelamiento, mayor el riesgo de una fractura violenta”. ¿Será la Ruta de la Seda 2.0 el camino que nos conducirá inexorablemente a una Paz Fría Digital?